El sensor es una de las partes esenciales de toda cámara réflex, es el corazón de la cámara pues este elemento, tal y como su propio nombre indica, es “sensible” para dejar pasar la luz dibujando aquello que la cámara ve. Todo aquello que hacemos en nuestro objetivo por capturar una buena fotografía son acciones encaminadas a un fin único: conducir la imagen (la luz) desde el mundo exterior hasta el sensor de nuestra cámara réflex. De ahí su trascendencia y que lo califiquemos como el corazón de nuestra cámara.
¿Te suena eso de “píxeles”? Seguro que lo has escuchado en muchas ocasiones. El sensor de la cámara réflex es un chip que se compone de millones de píxeles, unos componentes que resultan sensibles a la luz y que siempre se encuentran en la más absoluta oscuridad de tal forma que, en el momento en que son expuestos a la luz, a la imagen, éstos la capturan.
Existen varios tipos de sensores en las cámaras réflex siendo los CCD y los CMOS los de uso más extendido, especialmente el segundo tipo ya que consumen mucha menos energía a la vez que procesan la imagen de una forma bastante más rápida.
También el tamaño del sensor es importante e influirá de forma decisiva tanto en la calidad de la cámara réflex como en la calidad de la imagen. Como regla general, podemos afirmar que cuanto mayor sea el tamaño del sensor, mejor será la calidad resultante de las fotografías que tomemos.
Pro no todo es el tamaño. Otros dos factores muy importantes en la calidad del sensor y, por tanto, de la cámara y de las imágenes que se obtendrán son la sensibilidad ISO y el número de megapíxeles. Aquí también se cumple la regla general de “a más, mejor”, aunque ¡ojo! Pues, por ejemplo, una mayor sensibilidad ISO conlleva una mayor sensibilidad a la luz pero también mayor ruido.
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