Estrechamente vinculado al sensor de la cámara réflex como uno de sus componentes esenciales, su corazón, se encuentra la característica de la sensibilidad pues de hecho, el funcionamiento del sensor y de sus componentes internos, los píxeles, están basados en su sensibilidad, es decir, en su mayor o menor capacidad para atraer la luz, la imagen, desde el exterior hasta el interior.
En consecuencia, la sensibilidad queda definida como la cantidad de luz que el sensor es capaz de captar. Esta sensibilidad de nuestra cámara réflex dependerá de diferentes factores como el tipo de sensor, su tamaño, cantidad de píxeles, y su sensibilidad ISO, y podremos configurarla en nuestra cámara réflex para cada fotografía que queramos obtener.
Principalmente, la sensibilidad se mide según el estándar ISO (100, 200, 400, 600, 800, 1200, 1600…) y, como normal general, cuanto mayor sea su número, mayor será la sensibilidad. Sin embargo, incrementar la sensibilidad en nuestra cámara réflex no siempre es sinónimo de mayor calidad pues dicho aumento de la sensibilidad también conlleva una pérdida de definición y un aumento del ruido, de esos puntos de colores que a menudo aparecen especialmente en áreas oscuras de la imagen.
Por tanto, como veríamos en cualquier curso de fotografía básica en Madrid, la elección de elegir entre una u otra sensibilidad a la hora de tomar una fotografía con nuestra cámara réflex dependerá básicamente de la cantidad de luz disponible en ese momento pero, aún así, siempre intentaremos escoger la menor sensibilidad posible para así lograr una mayor calidad de la imagen, es decir, una mayor definición y el menor ruido posible.
Por ejemplo, para una foto al aire libre en condiciones óptimas de iluminación o para objetos estáticos, podremos obtener la máxima calidad que aporta una sensibilidad ISO 100 mientras que en interiores o, en general, situaciones de mala luz, será conveniente elevar la sensibilidad, al menos, hasta el estándar ISO 400.